Japón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos años hace, solicitados por el Obispo de Yokohama, procedentes de los correspondientes comunidades Neocatecumenales de Roma (Mártires canadienses), Rávena (Lugo) y Catania (San Leo), dejamos nuestras cosas, y llegamos aquí a Kohoku New Town, una ciudad qué dentro de algunos años contará con medio millón de habitantes.

 

Vivimos en el corazón del gran triángulo industrial del Japón, en medio de treinta y cinco millones de japoneses, asentados entre las ciudades de Tokio, Yokohama y Kawasaki.

 

Visto desde Italia, el Japón aparece un país misterioso y apasionante, al vivir aquí se revela más misterioso y no menos fascinador de lo que parece.

 

No se exagera al definirlo " otro mundo ".

 

Todo es diferente, todo es al revés. Entrar significa allí morir a si mismo y quién no tiene otra vida, aquélla que tiene no la deja en Japón. A decir verdad, Japón no es un país para italianos y menos para los sicilianos, siempre una tierra espléndida en su género.

 

Actualmente en Japón viven once familias misioneras del camino neocatecumenal, están distribuidas: dos en Tokio, tres en Yokohama, cuatro en Hiroshima y dos en Takamatzu, todas enviadas por Juan Pablo II en diciembre del 88; otras diez, enviadas este año por el Papa, vendrán a Japón en verano: otras dos a Tokio, dos a Yokohama y las otras al sur.

 

Estamos aquí para la " nueva evangelización" y hay realmente que bendecir al Señor, que está honrándonos con habernos llamado a acompañar a Cristo resucitado en la predicación a las gentes.

 

Estos primeros dos años no hemos hecho otro que observar como Dios ha ido precediéndonos, también cuidando de nuestras cosas más pequeñas, y muchas veces nos han dejado sorprendidos y admirados.

 

En calidad de presbítero que está siguiendo las familias de Tokio y Yokohama, no puedo más que testimoniar la fidelidad, la solicitud y la atención materna - paternal de Dios en éste período sobre todo.

 

El primer año ha sido bastante duro y difícil para adultos y niños.

 

Quien ha sufrido más el impacto con la cultura han sido, quizás los más pequeños, que desde el principio se han incorporado en la escuela estatal, digo quizás porque los veo siempre muy serenos.

 

Hoy hablan y entienden la lengua mejor de los adultos, olvidando la construcción de las frases tal como están en italiano.

El japonés, en efecto, construye al revés las proposiciones, poniendo el verbo al final.

 

Es por lo tanto natural que Davide (7 años) le diga a la mamá": Yo las manos lavado soy" o que Mike (5 años) diga": Yo con Pietro jugar no", o que griten en japonés desde ducha y no entiendan lo que quieren.

 

En realidad los niños se están revelando los primeros misioneros, porque por ellos, los padres de los compañeros de clase y juego entran en contacto con nuestras familias y quien hace de traductor son a menudo, son los mismos niños.

 

Aquí a Kohoku, cuando Dios quiera, se empezará la evangelización, o bien se iniciará un camino de fe, un catecumenado para adultos, que introduzca a los paganos en la fe cristiana, aquello que se dice " implantatio ecclesiæ", ya que el Evangelio no ha llegado todavía.

 

Mientras tanto el Señor está llevándonos a muchos japoneses, casi diría sin esfuerzo alguno por nuestra parte, con muchas familias hemos entablado amistad.

 

Todos quedan sorprendidos por la cruz dorada que usamos para las celebraciones en las casas, del comedor y del tálamo nupcial.

 

Los japoneses se asombran al ver la familia cristiana alrededor del mismo comedor porque en su cultura no hay.

 

Casi nunca el padre japonés come y se entretiene con la mujer y los hijos alrededor de la misma mesa y eso porque sale a las siete de la mañana y regresa a medianoche, a menudo también trabaja el domingo.

 

Estamos en un país donde el trabajo ha sido elevado por generaciones, al rango de divinidad primaria.

 

La familia del japonés es el llamado kaisha (empresa o compañía) y quién allí entra, si se casa no tiene tiempo para la mujer, si no está casado, ya no tiene tiempo para buscarse a la futura mujer.

 

Nuestros misioneros han remediado esto eligiendo trabajos part - time y esperando en la providencia de Dios.

 

A los ojos de un extranjero el Japón se presenta con los semblantes de un gran cuerpo bien concadenado y conexo; cada miembro se mueve escrupulosamente a velocidad cronométrica.

 

Efectivamente los japoneses poseen un espíritu de cuerpo único pero este cuerpo parece no tener alma.

 

Esta ausencia se respira en el aire.

 

Creemos que en función a esta aportación de alma, que es para el hombre y las sociedades humanas la fe cristiana cuya depositaria es la Iglesia, el Papa haya querido mandar familias cristianas adultas para que, en varias partes del mundo, puedan dar razón de la fe qué gratis han recibido y que les ha dado una vida nueva.

 

Un abrazo

Cayetano

 

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